Visibilizar el fenómeno de la tortura: difícil apuesta del periodismo actual
Por: Jesús Peña y Francisco Rodríguez
“Se lo merece”, “es que andaba mal”, “a ver si así aprende”, “eso se saca por…”, “es su castigo”, éstas son sólo algunas frases, poquísimas, que, a lo largo de nuestra vida como periodistas, hemos escuchado de las personasa la hora referirse a alguien que se encuentra privado o privada de su libertad o ha sido víctima de tortura por algún ente del estado o algún grupo de la delincuencia organizada.
Cuando, según los tratados internacionales de los que México es firmante, la tortura está prohibida, constituye una práctica por demás ilegal, pero además despreciable pues va en contra de la dignidad humana.
Lo peor de todo es que la tortura, en sus más variadas y aberrantes formas, aunque pareciera ser un método pasado de moda, que remite en la mente de las personas a la época de la santa inquisición, continúa vigente como sistema para arrancar confesiones, achacar delitos o consumar venganzas.
Con todo y que las autoridades judiciales quieran hacer creer o presuman la erradicación, la realidad, una realidad dura, es otra, e indica que la tortura aún se oculta tras los muros de las prisiones y otros espacios de privación de libertad que desconocemos.
De ahí que uno de los principales retos del periodismo actual, en el espinoso tema de la tortura, sea precisamente el de visibilizar esta práctica.
Ello supone una profesionalización de las personas comunicadoras y periodistas enfocada al abordaje del tema que hoy nos ocupa: la tortura en todas sus formas y variantes.
Una profesionalización que va desde la migración a nuevo lenguaje, un lenguaje no revictimizador, no discriminatorio, no explícito ni apologético de la tortura, a una estructura narrativa que ponga este fenómeno en su clara y justa dimensión.
Pero además que incite a la denuncia ciudadana de este tipo de actos y abone al no olvido, por ejemplo, al no olvido de las torturas cometidas por un grupo de militares en contra 14 mujeres sexoservidoras del bar “El Pérsico”, hace 16 años en Castaños, Coahuila.
La lucha, una ardua lucha, es contra la normalización de esta práctica tan arraigada en el sistema judicial y hoy legitimada en amplios sectores sociales, no obstante, los esfuerzos de las organizaciones civiles por difundir el respeto a los derechos humanos.
Una lucha que sólo se puede afrontar a través de la especialización del gremio periodístico en el tratamiento de casos e historias sobre tortura, con un enfoque, reiteramos, de respeto al estado de derecho y a los derechos inherentes de las personas.
Un desafío más apunta a las garantías de seguridad con las que las y los periodistas realizan su trabajo, esto en contexto de los decenas y decenas de crímenes cometidos en contra de comunicadores en la última década.
De ahí la necesidad de desarrollar protocolos de seguridad, con la participación de periodistas, empresarios de los medios de comunicación, sociedad civil y gobiernos, orientados a salvaguardar la integridad de quien por convicción ha decidido ocuparse de hacer públicos, de sacar a la luz, de denunciar todo acto contrario a la dignidad humana.
Y de ahí la necesidad de la cada vez más urgente profesionalización y especialización de quienes han optado por echarse a cuesta la tarea de luchar para combatir, con su pluma, la tortura y evitar la criminalización de las víctimas.
Pero además es urgente y necesaria una mayor capacitación en el uso de herramientas que le permitan al periodista obtener la mejor información, datos, números, estadísticas, de los impactos que en la realidad ha cobrado la tortura esto y el reconocimiento de la enorme posibilidad de incidir en la opinión pública, que tienen las personas que se dedican al periodismo, a través de la formación de conciencia.
Sin embargo, prevalece la falta de empatía, característica de la sociedad moderna, y de interés hacia el tema de la tortura que han resultado en un mirada reduccionista del fenómeno.
Aunque a veces se imponga la frustración o la impotencia del periodista cuando no vislumbra un impacto social, una reacción o una consecuencia de su trabajo, o se imponga la detestable autocensura o la censura del medio por intereses mezquinos y que nada tiene que ver con este oficio.
Dicen que en el periodismo, como en la medicina, como en la arquitectura, en la psicología o la agronomía , nunca se termina de aprender, de formarse y esa es la mayor exigencia; la actualización constante que permita seguir siendo ese medio por el cual la gente, todas las personas de a pie, expresa sus problemáticas, sus sentimientos, sus quereres, sus dolores y por qué no, sus sueños…
Sobre los autores:
Jesús Peña es licenciado en ciencias de la comunicación por la Universidad Autónoma de Coahuila. Tiene 25 años ejerciendo el periodismo con enfoque social y por dos décadas ha sido reportero del diario Vanguardia de Saltillo.
A lo largo de su trayectoria se ha hecho acreedor a reconocimientos como el Premio Nacional de Periodismo y menciones honoríficas en los premios Don Quijote del Rey de España y la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), a la excelencia periodística, entre otros.
Email: jpena@vanguardia.com.mx
Francisco Rodríguez es licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad La Salle Laguna. Tiene más de 15 años ejerciendo el periodismo, principalmente en temas de derechos humanos, efectos de la violencia y corrupción.
A lo largo de su trayectoria se ha hecho acreedor a reconocimientos como el Premio Nacional de Periodismo Rostros de la Discriminación, el Premio Nacional de Periodismo y Divulgación Científica, así como menciones honoríficas en el premio de la Sociedad Interamericana de Prensa y el Premio Latinoamericano de Periodismo sobre Drogas, entre otros.
Email: franciscorodriguez@vanguardia.com.mx
Twitter: @Paco_rolo
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