La hora del juicio
Por: Dulce María Laguna
“Camino por un pasillo oscuro e infinito para comprobar el mito. Las esposas apretando mis muñecas y tobillos la cabeza agachada como perro arrepentido. Escucho y siento al mil por hora mis latidos, retumban en mis oídos los momentos vividos y desperdiciados.” Fue el poema con el que me abrí paso en la cana.
Les tomó 2 días encontrarme. Los policías de investigación me tomaron por sorpresa cuando iba de camino a casa. Había estado dos días encerrado ahí, pero tuve que salir por más droga. Lo más gracioso es que simplemente confesé, así sin más, sin que me dijeran algo, les dije que devolvería lo que había robado. Todavía no sé si eso fue bueno o malo, pero mi vida cambió para siempre.
Desde el primer día estuve solo. Si no tienes familia que pague por tu estancia ahí, tienes que ganarte tu propio dinero. Me decían “francés”, porque no tenía familia a la que “le importará”. Nunca fueron a visitarme ni me mandaron algo, o al menos nunca lo supe.
Cada que llegas a un dormitorio diferente te toca hacer fajina, te llegan los fajineros. En la cárcel ellos son otros internos con ciertos privilegios que te piden hacer “méritos” por ser nuevo en la cárcel.
Si no tienes para pagar, te toca desde hacer ejercicio, hasta golpizas. Después de muchos golpes y desmayos, dos veces en enfermería, se apiadaron de mí y me compartieron cacahuates garapiñados, que eran el postre de los internos pero ellos los vendían. Así pude conocer a otros internos que pertenecían a los privilegiados y tenían las mejores celdas. Me dieron la oportunidad de cocinar para ellos, tenía que hacer limpieza y muchos méritos para ganarme una estancia en esa celda, que por cierto era mucho mejor que dormir en cualquier otra con el peligro de las ratas o cualquier otro animal.
Siempre cocinaba, limpiaba y me sobraba tiempo, pero hacía lo posible por ocuparme así que tomaba todas las actividades que había, lo que sea que me mantuviera alejado de la población. Traté de hacer lo posible por ocuparme, pero hubo cosas que ya no pude evitar. Gente a quién tuve que dañar para sobrevivir en la cana.
Aun camino con los ojos cerrados acompañado de los gritos de odio de ese custodio alterado porque al igual que yo él está encerrado pero autorizado. El pensamiento de dos cabezas diferentes una como verdugo y otra esperando ser sentenciado como “delincuente”.
Siempre me ha gustado la poesía, así que comencé a escribir poemas y a venderlos. Ahí hice una alianza con otro interno, él hacía los dibujos y yo escribía el poema y comenzamos a venderlos a otros internos para que estos fueran sus regalos a sus familiares. Era muy barato, pero ganábamos lo suficiente para sobrevivir en la cárcel. Además comencé a hacerme de un nombre dentro de prisión y con el paso del tiempo me gané el respeto de la gente.
Me encantaba llegar a una celda y que todos me gritaran que les contara una historia. No había tv, no podíamos salir, todo el mundo estaba aburrido. Pero también decían que mis historias eran muy interesantes, que podía hablar de cualquier tema por horas. “El poeta” ahora me decían. Me encantaba la atención que obtenía, me encantaba estar rodeado todos los días de personas. Me encantaba no comer solo.
Tras unos meses supe de mis padres, me habían estado enviando cosas pero nunca me llegaban, pero al menos pude saber sobre mi proceso y hacer un acuerdo, por el cual pude salir al cumplir dos años. Por supuesto que me quedé endeudado, mi abuelo me “prestó” dinero para pagar la reparación de mi daño.
Estuve esperando ansiosamente ese momento, el momento en el que salía. Imaginaba a mis padres afuera, esperando por mí, luego en casa la familia entera con un pozole o algún platillo de mi abuela, algo bonito, no sé porqué. Cuando salí no hubo nada de eso. Si fue mi mamá por mí, nos subimos a su auto, me dio ropa que mandó mi papá de cuando era niño y me dejó en una estación del metro.
Por supuesto que me lo merecía, pero me dolió no tener a dónde llegar, ni un peso con qué comer, ni una cobija para no pasar frío. Así comencé a vivir en las calles, estuve en todos lados. Dormí en donde pude. No pasó ni una semana y volví a trabajar con “la familia”. Era seguir trabajando para la cárcel o tratar de sobrevivir afuera. Afuera donde la poesía no se vende fácil o donde no es fácil vender poemas.
Desde entonces, he dormido varios meses en un hotel. Algunas veces cuando estaba solo, pensaba en la cárcel, pensaba en la compañía. Extraño tanto no comer solo.
Hoy cumplo 24 años. La lucha continúa y es que a menudo suelo ser víctima de mis deseos más mortales, amargas horas, ya nadie frena mis manías destructoras. Díganme si lo que sufro es en verdad, lo que mi alma llora, ya nadie me escucha, mi corazón implora a pagar por mis delitos que ha llegado la hora.
Sobre la autora:
María Laguna es editora del blog y enlace de Comunicación y Medios de Documenta.
Contacto:
Correo: dulce@documenta.org.mx
Solo quiero decirte que padre idea, son parte de nosotros de la sociedad que merece ser escuchada y que sirve de ejemplo para demás gente…